26 abr 2010

Me siento en la cama , vendada, con una cabeza injertada que ni siquiera estoy segura sea la mía. Espero que venga el doctor, me saque la venda, terminar con esta falsa y volver a mi casa. No llega. Me paro. No espero. Camino a ciegas entre las camas. Arrastro los pies dentro de las medias de lana de la enfermera. Camino ciega. No ver, no hablar podrían ser el inicio de una nueva vida. Llego hasta una ventana; esta fría, mojada empañada. Escribo en el vidrio el nombre de algunos hombres. Mis manos escriben como cuando escribían secretos sobre espaldas fuertes y deseadas. Las palabras también hoy desvanecen, no sufro, mis palabras preferidas, el amor desvanece, y yo filosa y feroz, demaciada para ser aferrada. Años atrás en una cena, Strindberg afirmaba que el amor era un invento para justificar la reproducción. Invento o no, mis manos sobre el vidrio empañado saben que en el el arco de 2 minutos alguno podría mirar hacia arriba. Y mientras busca afuera, en la belleza de los ventanales del hospital, ver su nombre escrito al contrario y reconocerse. Coraje, me digo. Me quito de una vez por todas estas vendas. Todavía está la lámpara que quiero recuperar, la cirugía, esos 5 por vengar y alguno que podría encontrarme en silencio y ciega, antes que su nombre también desvanezca

1 comentario:

Santa María de las Flores dijo...

...pobrecito Strindberg en el nuevo milenio...aunque sé que su inteligencia e intuición estaban desarrolladas para acompañar cualquier clase de cambio radical en las formas de reproducción y en las diferentes clases de amor sexual.
Qué fantástica sería una cena con August hoy y reírnos de si afirmación!!