10 ago 2010
Con el sin dientes amarrado a mi mano y la caja de regalos bajo el brazo, atravieso el corredor haciéndome la transparente. Mis palabras "un doctor, un doctor" hacen eco tras de mi desde la recepción donde no fui bièn recibida. Dejo al infante en su pabellón y sin lágrimas en los ojos le digo: "Niño, usted nunca salió del hospital ni vino a mi hogar". Y el infante sin lágrimas en los ojos el tampoco ( o el también) se cruza el índice sobre la boca imitando mi gesto. "Niño", le digo "No tome todo le que le den y no coma si no tiene hambre". Y sin girarme, nunca girarme ni volver atrás, voy hasta la habitación de las sàbanas y busco entre los estantes a la paciente. "Señora Jacqueline", llamo. "Señora", la llamo. Pero los estantes están y nada se mueve. "Señora, tengo su cabeza, tengo la caja con usted y los regalos", le digo. "Venga a la terraza cuando termine mi turno, la llevo a su casa", le digo. "Tengo dinero" le digo. "Hoy como, en el comedor, el plato del día por suerte", le agrego. Digo tantas cosas que la paciente no escucha porque no está. Yo estoy hablando sola entre los estantes. Los estantes estan perfectamente ordenados para mi tranquilidad pero esto no se conjuga con mi deber de enfermera profesional A.
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