6 oct 2010

Me lavo bien las manos, me cierro el sobretodo, guardo el bisturì en el bolsillo y dejo el hospital hacièndome la invisible. No voy a perder el tiempo esperando el tram y entons camino. Sin apuro camino hacia mi hogar. Queda el pan de ayer, el que no se comió el infante sin dientes, y me quedan tambièn los terrons de azúcar decorados. La noche està más oscura de lo habitual y no es una impresión: las lámparas de la iluminación municipal estan apagadas, fuera de función. Entons la noche est oscura más allá de mi, no dentro mio. A la oscuridad no le temo, pero tengo que estar atenta a no resbalar por que se formó hielo. Para que pienso esto no lo se, es un pensamiento de más porque apenas termino de pensarlo resbalo. Me clavo el bisturì en la mano, con la cinta del moño del delantal me hago un vendaje para detener la hemostasia que se detiene parcialmente antes de llegar a la esquina de mi hogar. Tiro el bisturì en el contenedor de la inmundicia, el mismo donde la otra noche dejé al roedor (a quien extraño para compañía y para experimentacións). Llego, entro y el hijo de la austriaca está en la sala. "Buenas noches señorita", me dice. "Buenas noches", digo.

1 comentario:

precaria dijo...

Si ve señorita enfermera.... La noche no es para las blancas palomas.
¿Y el rastro de su sangre?